La idea de Europa, al abismo


En el siglo pasado, algunas personas pensaron que Europa tenía que ser algo más que una Europa de Mercaderes. Que esa cultura, esa diversidad, esa grandeza humana y de pensamiento gestada durante siglos que la había encumbrado, tenían que prevalecer frente a los sinos políticos y los intereses económicos.

En el siglo pasado, unas cuantas personas gestaron el proceso de construcción europea. Y ahí nos embarcamos todos, seducidos por los cantos de sirena de palabras sobre el papel, ese que todo lo aguanta, que nos hablaba de ciudadanía, de derechos, de libertades, de personas.

Ahora, ya en pleno siglo XXI, Grecia, como hace cientos y cientos de años, nos da una nueva lección, y nos pone frente a la realidad, a la cruda realidad.La realidad de esa Europa, sí, la de los mercaderes, la del capitalismo descarnado, la de una política que ya no es de la polis, sino de los Bancos y los especuladores.El referendum griego y su resultado nos ha abierto los ojos. En este momento de intensos debates, cuando ninguna opción parece buena del todo, cuando los pasos que se dan son confusos, lo que sí queda claro es que el proyecto europeo ha decepcionado.Y resulta triste admitir que mientras son muchos los agentes sociales que trabajan codo con codo día a día en diferentes proyectos de diversa índole, poniendo en común conocimiento y experiencia para construir una Europa mejor, resulta triste, digo, admitir que el continente, nunca mejor dicho, ha fracasado.

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El proyecto de construcción europea es ya como un plato de Ferrán Adriá, porque está deconstruido, está deslavazado. Ha perdido su legitimidad frente a sus únicos valedores, la ciudadanía.Con las artimañas y las estrategias de unos y de otros, al final, la ciudadanía de toda Europa sigue con estupor un espectáculo lamentable, que pone sobre la mesa la trágica realidad de una Europa de nuevo raptada, por unos depredadores que no ven con perspectiva de futuro.Y no pinta bien la cosa para ellos tampoco. Porque renunciar a los orígenes del proyecto europeo es renunciar a su esencia y por extensión al todo que ello supone. Representa el principio del fin de todo un entramado que extiende sus redes a todos y cada uno de nosotros, como ciudadanos y ciudadanas.

La pregunta es si cabe hacer algo desde aquí, desde la ciudadanía. ¿Es posible un proyeco común de Europa? ¿Es posible la construcción de este proyecto desde la ciudadanía, dejando de lado las convulsiones económicas, trabajando por lo que nos interesa, para hacer valer que otra forma de sociedad es posible? En este momento de depresión y decepción profunda, lo siento, estoy bloqueada. Poco se me ocurre. Pero por otro lado me resulta difícil prescindir en mi imaginario de esa idea de la Europa Unida, de esa ilusión que viví con intensidad desde mis años universitarios, y después a nivel profesional. Me niego a aceptar que la idea de esa Europa pueda llegar a fracasar. Y por eso creo que desde la ciudadanía es necesario trabajar aún más intensamente para construir un nuevo proyecto europeo, como ya se está atreviendo en otros ámbitos a nivel local.

Ahora, más que nunca, cabe preguntarse si tiene sentido hablar de una ciudadanía europea. Y, si existe, si es capaz de movilizarse para hacer valer a Europa. ¿Es posible?

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