Una conversación de sobremesa puso de manifiesto las profundas brechas que existen en nuestro imaginario colectivo cuando osamos hablar de educación, iniciativa, emprender…
Somos muchos y muchas los Quijotes que creemos con ilusión que otro modelo educativo es posible, uno donde además de conocimientos, se destaquen y se promuevan competencias, actitudes, valores. Porque una persona con grandes capacidades probablemente hará mucho más por su entorno que una persona con extraordinarios conocimientos pero escasas habilidades para ponerlos en práctica.
Sin embargo, eso de “la letra con sangre entra” está todavía muy arraigado. Y si a eso unimos el ombliguismo de este país, ese que paradójicamente se ningunea frente al resto de europeos pero que se vanagloria de sus hazañas frente al vecino, pues tenemos ya servida la polémica.
Porque sí, es cierto. Ser una persona emprendedora, entendido como una persona que pone en marcha un negocio, no es cosa fácil en medio de la marabunta burocrática y fiscal, la escasa cultura del pago ordenado y en definitiva, la idiosincrasia de este país que ahora parece darse cuenta de la costra de corrupción que recubre su mapa, como si antes no hubiera nada de esto, saliendo no más del portal mismo de casa.
Pero a pesar de eso, aun reconociendo que no es fácil ser una persona emprendedora, no podemos engañarnos. No existe una cultura de base que procure la formación de personas en el completo sentido de la palabra. No existe un formato de estimulación de las personas que les mueva a trabajar por un entorno mejor. No existe una cultura empresarial que conciba a la empresa como un organismo vivo, donde todos y todas participan para crearla día a día. Y no existe ni en el mundo empresarial, ni tampoco en el colectivo de trabajadores.
Y entonces es cuando empieza un bucle de discusión sin solución posible, donde la culpa es del contrario, donde nos quejamos de una administración que no resuelve, que dilata, que retrasa. Y nosotros, de nuevo, volvemos al ombliguismo. Y así en un bucle permanente, sin solución.
Es en ese momento cuando aparecemos los quijotes, los utópicos, y protestamos con vehemencia. Y nadie nos entiende. Pero ahí estamos, intentando hacer entender que por encima del ombligo hay una cabeza pensante que puede hacer mucho por sí misma y por los que le rodean a nada que se la estimule con cariño y con paciencia, desde la más tierna infancia.
Así que ahí estaremos los quijotes, peleando contra gigantes y molinos. Y algún día lo conseguiremos.