En medio del contexto actual que estamos viviendo, observamos diferentes iniciativas solidarias que están surgiendo a nivel ciudadano. Se está demostrando una poderosa red ciudadana que quiere participar y colaborar, sin importar distancias, situaciones, sin entrar en los detalles. Porque ahora la urgencia es otra.
Pero parece que esto de la solidaridad va de ciudadanía y no de Estados. Que la altura de miras se queda en las personas que llenamos y movemos Europa, pero que queda lejos, muy lejos, de los gobiernos de nuestros Estados miembros.
Y es que el último Consejo Europeo ha terminado de manera bronca e infructuosa, sin unos resultados que eran más necesarios que nunca, no sólo y sobre todo por esta pandemia que nos ha pillado por sorpresa (tan grande era nuestro ego y prepotencia occidental), sino también por dar carpetazo a quienes dudaban de la solidaridad europea. Desde luego, se lo han puesto en bandeja a los euroescépticos. ¿Dónde está Europa?
No tengo la menor duda que llegará el momento de los reproches, de las críticas y de las reclamaciones. Una gestión desastrosa, improvisada, a salto de mata, porque no pensábamos vernos en una como esta, y porque de repente los Estados se encuentran en la tesitura de salvar su economía o salvar su ciudadanía. Duro dilema, aunque algunas tenemos clara la solución. Llegará el momento de exigir responsabilidades y de definir protocolos y formas de actuar ante un nuevo momento que se abre en la Historia y al que ya no podremos dar la espalda. Porque ahora más que nunca está claro que somos globales, y el repliegue de fronteras no tiene razón de ser en estos escenarios que, por desgracia, no creo que sean flor de un día y a buen seguro se repetirán.
Llegará el momento sí. Pero ahora no. Ahora es el momento de la solidaridad. Es el momento de dotar de contenido real a las letras de los Tratados, a las palabras de la Carta Europea de Derechos Fundamentales, a estos valores del proyecto europeo con los que se nos llena la boca, pero que tristemente han venido siendo pisoteados en los últimos años: en la crisis económica de 2008, en la crisis de personas refugiadas… Y de nuevo, ahora, con el Covid-19.
Todos los días salimos por nuestra ventana a las ocho de la tarde para aplaudir. Es una manera de expresar nuestra solidaridad con quienes están en el día a día arriesgándose por intentar salir de esta y mantener servicios esenciales aún en nuestro confinamiento. Esa solidaridad la hubiera querido también de los Estados Europeos. Un compromiso solidario a mano abierta y sin condiciones, poniendo la ciudadanía en primera línea. No necesito símiles bélicos para motivarme. Necesito esos aplausos a las ocho, y necesito esa sensación de unidad europea. Esa sensación de que sí, que parece que la UE sirve para algo. Pero no ha sido así.
Vale que el Parlamento Europeo ha aprobado una batería de medidas. Tal vez la gestión de la sanidad es competencia de cada Estado. Pero la verdad es que la ciudadanía de base, la que realmente construye cada rincón de Europa con su trabajo y su vida cotidiana, no entiende de enredos de competencias y de soberanías, y esperaba una visión más allá de la meramente económica, de la estrictamente política. Se ha perdido una oportunidad histórica para que la ciudadanía, en medio de este dislate sanitario, recupere el sentimiento europeísta y se sienta parte de un todo. Ahora era la oportunidad de remar los Estados en la misma dirección, de hacer por fin una simbiosis con la Unión Europea para conseguir salir de esta. De recuperar la confianza en Europa.
Si en vísperas (o no) de la Conferencia sobre el Futuro de Europa, se ponen sobre la mesa estos debates baldíos, que hacen prevalecer la soberanía por encima de la ciudadanía y los valores europeos en los que algunos y algunas seguimos creyendo, no sé qué sentido tiene celebrar esa Conferencia, ni cómo vamos a tener la desfachatez de hablar de ese futuro, si ha quedado claro tras este Consejo que de ciudadanía, como que poco o nada. Que cada país barre para su casa, que la soberanía toma posiciones, que las fronteras invisibles se han tornado visibles y que, al menos para la opinión pública general, esa que no entiende de Tratados ni de legislación, hablar de Europa es hablar de la nada.
El Futuro de Europa no se va a construir con Conferencias, sino con una acción clara y decidida que ponga en primera fila y como prioridad a las personas. Necesitamos hechos concretos de alto nivel, que de una vez por todas conecten con esa ciudadanía, con esas iniciativas locales, que ahora en esta emergencia, y antes en otras tesituras, han demostrado que la ciudadanía desde lo local sí entiende lo que representa el proyecto europeo: solidaridad, unidad en la diversidad, compromiso y acciones concretos.