Esta semana se ha dejado caer en los medios de comunicación la caída en picado del Banco Popular. Y digo se ha dejado, porque no he visto la noticia más altisonante que la de Manolo el del Bombo desolado porque habia perdido su apellido.
La diligencia en localizar tamaño instrumento ha sido tan desproporcionada e hilarante como la hipocresía del mísero euro por el que el Banco Santander ha comprado los restos del Banco Popular. Un euro. Lo que valen unas bragas en un mercadillo.
Vivimos en una sociedad hilarante. Una sociedad que no pestañea cuando un medio de comunicación dedica medio espacio a hablar de la Champions, pero que no se cuestiona el por qué esto del Popular pasa como tan de puntillas.
Se juntan muchas noticias, podríamos decir: ISIS, Catalunya, Manolo y su Bombo, menspreading… y el Popular.
Cuando hace unos años se rescató a la banca con el dinero de todas y todos, fueron incontables los euros necesarios, para sostener un sistema que nos decían que se hundía.
Hoy una entidad privada compra un banco por un euro, y parece que no nos desangra intuir que algo nos tocará y seguiremos padeciendo. Es como si tuviéramos una capa de vaselina, pero bien gorda sobre la piel, sobre nuestras emociones, envolviendo nuestro cerebro. Una capa que nos hace inmunes a la desvergüenza, al expolio y a la destrucción de la estructura social que durante tantos años se esforzaron algunas personas por construir.
Una capa de la que solamente nos desprendemos tímidamente en la barra del bar y en las sesiones de sobremesa. Ahí cuando nadie nos oye, más que el cuello de nuestra camisa.
¿Y qué hacemos con esta noticia? ¿No parece evidente que este sistema se desmorona? ¿Qué hace falta que ocurra para que la ciudadanía reaccione y busque soluciones tangibles, reales y viables?
Día tras día, hora tras hora, se suceden expolios a la ciudadanía, en un carrousel que parece no tener fin de corrupción, excesos y mala gestión. Creo que es hora ya de superar esta ingenuidad que nos atonta, y reaccionar.