El día 31 de enero se entonaron cantos de despedida en Bruselas. Y entre coronavirus, Liga de fútbol, Cataluña y todo lo demás, Reino Unido abandonó las filas de la Unión Europea para arrancar una nueva etapa donde serán otros y otras quienes les acompañen, siempre desde la distancia que marcan las fronteras.
La Unión Europea pierde un socio, que digámoslo claramente, nunca resultó cómodo. Estratégico sí, pero incómodo. Siempre marcando distancias, siempre queriendo dejar su impronta, su condición insular que parece dotarles de un algo más frente al resto, pobres Estados continentales.
Hoy, con el Reino Unido en el felpudo ya, nos queda un camino largo por recorrer. Y no me refiero únicamente al camino de las relaciones económicas, comerciales, políticas… que darán mucho juego en los próximos meses, pero de cuyos detalles tengo dudas de si llegaremos a ser conscientes desde la ciudadanía. Ya que si hasta ahora lo europeo no ha sido precisamente trending topic, dudo mucho que lo sea ahora, más allá del postureo de la retirada de bandera y los cánticos en sede parlamentaria. Que quedan muy bien, pero que llegan a muy pocos.
A mi parecer, queda un camino si cabe más apasionante, desde lo político, y más arriesgado y pedregoso. Y es cómo tapar esta espita, que va soltando aires peligrosos en toda Europa, para evitar una fuga masiva que dé al traste con el proyecto europeo. Esta circunstancia parece poco probable, pero no estaría mal revisar los fundamentos del proyecto europeo para renacer desde la base, desde un diálogo profundo y necesario con la ciudadanía, desde diferentes ámbitos, potenciando la presencia de lo regional y de lo local como actores clave para garantizar la continuidad del proceso. De lo local hacia Europa.
Los primeros pasos no suenan mal: Conferencia sobre el Futuro de Europa, EU Green Deal… Pero ¿quedará en papel mojado? ¿Llegará verdaderamente a la ciudadanía con información y sobre todo con hechos concretos que nos reconcilien con Europa?