Esta semana se ha escuchado la noticia de que el Ayuntamiento de Barcelona, y algunos municipios más pequeños quieren quitar de los parques y calles de la ciudad, los carteles que prohíben jugar a la pelota, andar en patinete… Se trata, según el consistorio, de recuperar el uso de la calle a la ciudadanía, desde el respeto y el hecho de compartir el espacio público.
La iniciativa resulta interesante en la reflexión. No será fácil compartir el espacio y abrirlo al juego, cuando está invadido por terrazas, carreteras … Resulta interesante esta iniciativa porque la ciudad queda cada vez más alejada de las personas. Pasa a estar ocupada por objetos, por necesidades creadas… mientras que las personas…, las personas pasamos por aquí y por allá, llenos de prisa y de circunstancias, como si no se nos permitiera parar.
El genial Franceso Tonucci, en su libro “La ciudad de los niños”, ya se anticipó a este debate que seguro no pasa de la mera anécdota periodística. La ciudad se ha convertido en algo hostil, repleta de peligros, donde la infancia no encuentra su sitio. Y por extensión, las familias y las personas en general, tampoco.
Quitar esos carteles puede ser un primer paso. Porque prohibir algo queda feo. Da una sensación de hostilidad, nos pone en guardia. A cambio, se nos propone la alternativa de compartir espacios respetando.
A lo mejor es el primer paso para educar en la convivencia de las personas.