Este año que estrenamos tiene un significado especial en el ámbito de la UE, ya que ha sido declarado como el Año Europeo del Patrimonio Cultural. Y es bastante probable que sea el último año con este sello tan particular de «Año Europeo».
Hablar de Patrimonio Cultural Europeo se nos antoja como un intento más de buscar lo común desde la diversidad, de tejer puentes entre las personas para no perder el pulso del proyecto de construcción de una Europa con mayúsculas. Claro está que es a todas luces insuficiente, cuando los hoyos a cubrir son otros de índole social, política y económica, para que realmente esa sensación de pertenencia sea sentida por todas como algo colectivo e inspirador.
Pero no podemos soslayar la oportunidad que se nos brinda para reconocer que, en medio de esta manifiesta incompentecia de la clase política europea para recuperar las riendas de Europa, tenemos en nuestras manos una iniciativa para cuando menos, poner en valor a la cultura como foco de los valores, del compromiso y de la participación ciudadana de los pueblos de Europa.
El Patrimonio Cultural tiene un valor educativo y social, y puede ser motor de desarrollo económico, bien entendido, y bien gestionado. Sugiere lazos con diferentes ámbitos productivos, que se acercan a lo sostenible, a lo innovador, a lo creativo. Se lo contempla desde una dimensión global, alcanzando lo material, lo inmaterial y lo digital, lo que nos puede permitir buscar sinergias y vías de colaboración en un marco muy amplio de trabajo.
Desde eCivis estamos ya trabajando en iniciativas localizadas en este contexto para provocar la reflexión de la ciudadanía sobre lo que significa el patrimonio como elemento que construye nuestra identidad como persona y como pueblo, como sociedad. De manera que a partir de este diagnóstico, seamos capaces de propiciar modelos cocreados para mejorar nuestro entorno social y económico, aprovechando nuestro patrimonio de una manera sostenible.