Cataluña por aquí, Cataluña por acá… No se habla de otra cosa. En cualquier esquina. Incluso en Oriente Medio, como nos cuenta Mikel Ayestaran en sus redes sociales, su panadero ya no le pregunta por Messi, sino por Puigdemont. Y eso le preocupa. A Mikel. Y aquí, pues a muchas personas también, claro.
La crisis política precipitada en las últimas semanas lo ha sobrepasado todo, con esa habilidad especial de los temas que se dilatan en el tiempo, arropados por la burocracia y la tramitación administrativa que subyace a la gestión política. Acallando todo lo demás, y haciendo que poco a poco, se instale en nuestra vida cotidiana, como tantas otras cosas, como un estrato más de esta democracia tan rara en la que (con)vivimos. La ciudadanía asiste perpleja a una sucesión de dimes y diretes que me recuerdan a una mezcla entre los sainetes y las lecciones de la Historia de España de los siglos XVIII y XIX que estudiaba en la EGB. Y ciertamente no sé si hemos avanzado algo.
No llegamos a entender del todo este proceso, es como si nos hubiéramos perdido algo. Y tampoco entendemos el enconamiento de ambas partes, esta testosterona a tutiplén que nos inunda. Son muchas las personas del mundo de la cultura, del pensamiento, incluso de la política, que claman por un diálogo pausado, por un conversar para buscar una solución, desde la premisa de que se trata de win-win, sin vencedores ni vencidos. Porque nada es intocable, pero hay muchas cosas negociables. Porque el proyecto de país es un proyecto inacabado, o así debería serlo, para caminar en la utopía de una sociedad flexible y abierta, compartida por todas las personas.
Pero no hay tu tía. Aquí estamos, con el semptiterno debate a todas horas, sin que se hable de nada más. De pronto, no hay corrupción, no hay personas refugiadas a las puertas, no hay crisis (salvo la que amenaza con reaparecer a causa de esta situación), no hay nada. Solo Cataluña. Y España. Y una escalada que no cesa, donde todas las personas que intervienen se lamentan de la ausencia de diálogo, pero donde ninguna da un paso al frente en tal sentido. O debo tener ya algún síntoma de senilidad porque ciertamente no lo veo.
Y entonces de repente, empezamos a aprender de Derecho Constitucional. Como cuando arrancó la crisis y aprendimos lo que era la prima de riesgo y esas cosas. Y hablábamos en la sobremesa como si fuéramos el FMI. Pues ahora parecido. Si hasta un asturiano ha sacado un licor que se llama Art155… con sabor a crema catalana.
La pandereta de nuestro país no conoce límite, y nos atrevemos a hacer charanga de un problema que en mi opinión, va más allá de la anécdota de estos días. Anécdota. Porque esto no es flor de un día. Viene de lejos. Y ha venido a hacer cuestionar muchas cosas. Nuestra democracia. Aquella transición, pontificada desde años sin que nadie osara cuestionarla. La Constitución, que casi parece la Biblia, intocable, infalible, divina… Nadie da su brazo a torcer. Pero de momento se han roto ya muchas cosas. Y no estoy segura que las cosas vuelvan a ser iguales. Esto está siendo un baño de realidad para muchas personas que, como yo, nos habíamos acostumbrado a (con)vivir con una democracia imperfecta, como la menos mala de las alternativas.
Pero lo que parece claro es que si no queremos que Cataluña se vaya, tampoco queremos que las cosas se hagan como se están haciendo. Y ese no querer hace que reconsideremos qué modelo de país y de sociedad tenemos… y queremos.
Al publicar este post, hace unas horas, ayer 27 de octubre, se ha declarado la independencia en Cataluña, y se ha activado la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Asistimos con perplejidad a un hecho inédito al que no estábamos acostumbradas. Este acontecimiento nos reafirma todavía más en la necesidad de la unidad de la ciudadanía en favor del diálogo y el trabajo compartido, para buscar soluciones a una sociedad que reclama recuperar la normalidad y aprender de este espectáculo grotesco. No volveremos a ser las mismas personas. Pero espero que al menos, nos sirva para aprender lecciones que por lo visto, quedaron desaprendidas. Aprendamos a convivir desde la diferencia, buscando modelos donde todas las personas nos sintamos reconocidas.