Hace unos días tuvimos una interesante conversación con Carlos González Tardón, excelente profesional con quien intentamos arreglar el mundo en algo más de una hora acompañados de una infusión, en pleno centro de Bilbao.
Una de las cosas que me llamaron la atención de las muchas que hablamos, fue su reflexión sobre la percepción que tenía de los y las adolescentes con quienes estaba realizando unas actividades en la villa. Y es que les veía pesimistas sobre su futuro, conformistas tirando a lo bajo, sin grandes expectativas. Lejos quedaron ya, por lo visto, los deseos infantiles de ser astronauta de mayor, inventora o astrofísica…
Es alarmante que la infancia y la juventud pierdan la ilusión y la esperanza. Porque si ya lo llevamos mal los adultos, y a las personas (pocas) que aún las mantenemos nos tildan de quijotescas y utópicas, mal futuro nos espera si ese nuestro sostén a largo plazo, espera poco o nada de la vida, y se conforma con tener un trabajo con el que poder subsistir de alguna forma.
No invento la rueda si digo que algo estamos haciendo rematadamente mal para haber llegado a este punto. La cuestión es si podemos hacer algo para remediarlo. Insisto en la transversalidad de las acciones en todo el curriculo educativo, en formar en valores y en emociones, en sacar a la luz las aptitudes y capacidades que todas las personas llevamos dentro. Pero que no quede ahí, en una simple valoración académica para cubrir el expediente. Una transversalidad que vaya más allá del modelo educativo, que vincule al tejido empresarial y contribuya, así, a crear personas ciudadanas en el más pleno sentido de la palabra, críticas, comprometidas, ilusionadas, esperanzadas.
Otra cosa es si lo conseguiremos. Iremos viendo.