Esta semana hemos tenido una interesantísima conversación (como siempre), con Carlos González Tardón, un estupendo profesional que Bilbao tiene la suerte de disfrutar cada cierto tiempo, para aprender muchas cosas a través de los videojuegos.
Intentando arreglar el mundo, Carlos se lamentaba del conformismo pesimista de la chavalería con la que estaba tratando. Que si antes queríamos ser astronautas o científicas, ahora se conformaban, sencillamente, con tener un trabajo. El que fuera.
Aspiraciones, cero.
Con el mundo patas arriba como parece que lo tenemos, mal vamos si estas personas, en pleno proceso de maduración y adquisición de competencias vitales, no vislumbran un futuro, no alcanzan a ver su papel protagonista en la construcción de sus propias vidas. Mal estamos si dejan de lado su condición de ciudadanos y ciudadanas, y se rinden sin más. Resulta paradójico que participen en programas en teoría innovadores para estimular competencias creativas y que al mismo tiempo no esperen nada del futuro.
Hemos hecho muchas cosas mal. Y todavía las seguimos haciendo. La pregunta es, hasta cuándo vamos a seguir mirándonos al ombligo. Parece que no estamos viendo ya acontecimientos suficientemente amenazadores como para no ser capaces de reaccionar y entender que sólo la colaboración y la participación comprometida, para recuperar los valores y el compromiso de la ciudadanía con su entorno, hará posible superar y cambiar esta situación.
Y para ello, no basta con personas como Carlos y otras, o de una o dos instituciones que incluyan en su plan de legislatura el vocabulario de moda para estar acorde con los supuestos tiempos de innovación que vivimos. Hay que pasar a la acción. Y hay que hacerlo ya. Desde abajo, desde la juventud. Con la juventud. En un modelo transversal que implique a toda la comunidad.
Pero esto es muy difícil… o hacemos que lo parezca…