Somos muchas las personas que ayer nos acostamos con una sensación extraña en el estómago. Entre la perplejidad, la incertidumbre y la rabia. La rabia sí. Porque en el fondo intuíamos que esto terminaría por pasar. Que el Brexit es una más, aunque una muy gorda, en una sucesión de sinsentidos que desde hace un par de años han dejado en evidencia una Europa que ha estafado a la ciudadanía con una vocación de construcción basada en valores y en derechos que no era tal. Una Europa que hoy se mira al espejo y se enfrenta a sí misma, y no se reconoce, en una imagen desdibujada de lo que empezó siendo un proyecto ilusionante de construcción de paz y crecimiento para los ciudadanos y las ciudadanas de Europa y que hoy, más de 50 años después, parece que vuelve al punto de partida, en un marasmo económico, con el auge de los extremismos y ante una desafección de la ciudadanía hacia una política que no es tal y que no se ejerce como corresponde.
La ciudadanía británica ha hablado. Ha respondido a las preguntas de su clase política. Habrá que preguntarse si estaba correctamente informada, si sabe realmente el alcance y las consecuencias. Habrá que reclamar tal vez a esa clase política una responsabilidad en los efectos. Habrá que pedir explicaciones a esas personas que dicen que nos representan, y que cada vez más dejan en evidencia un afán de sillón que queda lejos del ejercicio responsable de la política. Pero está claro que ha hablado. Y que hay que respetarlo. Y aceptar las consecuencias.
Respecto a Europa, es el momento, ya, sin dilación, de hacer una profunda reflexión interna. Lo que empezó como un propósito romántico se desdibujó por el camino con una feroz voracidad de integración económica y financiera. Al propósito de una Europa federalista y ciudadana se impuso una Europa de los mercados que se ha movido con soltura amparada desde diferentes ámbitos y bajo el paraguas de una solidaridad mal entendida. Una modernidad insolente y snob que nos ha estallado a toda la ciudadanía, hoy, por sorpresa.
Por sorpresa sí. Porque disfrutando del período de paz más largo conocido en el continente, se nos antojaba como muy peliculero el pensar que esto pudiera ocurrir. Y ha ocurrido. Y se suma a la crisis griega, a la vergüenza de los campos de personas refugiadas, a la crisis económica más descarnada. Incluso yendo más atrás en el tiempo, a la ininteligibilidad de los textos normativos, al bloqueo paralizante para dar una voz única a Europa en el exterior, al pasar por el rodillo las diferentes sensibilidades de los pueblos de Europa sin buscar soluciones compartidas y consensuadas. A pensar en definitiva, que todo iba bien, viviendo en un halo nebuloso de complacencia que no era tal.
Y ahora, cuando han pasado algo más de 24 horas del Brexit, se nos ofrece la oportunidad única de refundar Europa. De construir el proyecto europeo desde lo social, desde los valores, desde el reconocimiento de los pueblos, las ciudades y su ciudadanía. De no perder de vista la historia que nos precedió, de apostar por la Europa de la Ciudadanía frente a la Europa de los Estados Nación.
La gran cuestión es si tenemos una clase política, y una ciudadanía dispuesta a afrontar este reto. Y esa cuestión, esa duda, es tal vez la que más incertidumbre nos crea en este momento.