En los últimos días, hemos despedido las vacaciones de verano con el amargo sabor de boca de las imágenes de personas atacadas con gases lacrimógenos cuando intentaban cruzar unas fronteras que en principio se supone que les lleva a un mundo mejor. Al menos, a un mundo sin guerras.
VERGÜENZA E HIPOCRESÍA DE UNA EUROPA DECADENTE
Cuando ya nos habíamos acostumbrado a tomarnos el gazpacho con las imágenes de los subsaharianos envueltos en papel de plata saliendo del mar en Cádiz, y cuando el tema de la inmigración era un asuntillo que salía solamente de vez en cuando en las reuniones familiares, cuando el golfo de turno se las daba de espabilado con esos argumentos tan nuestros de piel de toro y tan fatuos y demagógicos… Cuando ya nos habíamos acostumbrado… llegan ahora estas imágenes. Esas imágenes que como digo siempre, las pones en blanco y negro y parece que son de tu bisabuela en la frontera con Francia, o de esas pelis de alemanes, como dice mi madre, o de los documentales que vemos en los canales de pago, con esas personas desarrapadas, aterradas, con miradas perdidas y sonrisa desvaída, nerviosa, ausente…
Esas imágenes de personas que atraviesan andando fronteras y más fronteras. Con niños pequeños, personas mayores en sillas de ruedas, mujeres embarazadas… Lo que dejan es peor que a lo que se enfrentan… o eso piensan ellos. Y mientras agachamos la mirada a nuestro plato veraniego y nos lamentamos (qué vergüenza, Europa no hace nada, patatín patatán), acto seguido nos quejamos de ese marroquí fíjate que llevaba años cobrando un pastizal de la RGI, o del mantero que oye, si yo fuera relojero no me haría gracia que vendiera relojes frente a mi tienda. O mira, es que esta gente de fuera se mete a vivir en cualquier sitio y luego igual la montan…
Todo da bastante pena y pavor cuando vemos la tele. Igual es que nos pensamos que es una película más. Pero no. Es real. La gente está huyendo de sus casas porque hay guerras. No por fastidiarnos ni por hacer turismo. Huye porque hay violencia y guerra Hay muchas guerras. Y de muchas de ellas, de casi todas, nosotros y nosotras, con nuestros móviles, con nuestra gasolina (qué cara, cuánto sube todo), con nuestra vida, construida a su costa, somos de alguna manera responsables.
TOC TOC… EUROPA, ¿ESTÁS AHÍ?
Es evidente que Europa tiene que dar el callo y estar a la altura de las circunstancias. Personalmente lo pongo en duda teniendo en cuenta los precedentes. Eso de “Unión” es cada vez más un eufemismo, y ante cualquier crisis, los pilares del proceso de construcción europea se tambalean escandalosamente. Europa, se te ha visto el plumero. Ahora ya no hay tiempo de poner puertas al mar. Se ha desbordado el pantano y el agua comienza a subir. Y todos los frentes se acumulan: una crisis que no termina de desaparecer y que amenaza con reengancharse a otra, una ciudadanía desapegada cada vez más, ávida de soluciones rápidas a problemas que vienen de lejos (y a la Historia me remito, lo peligrosa que es esa necesidad), y una marabunta de personas necesitadas de paz que huyen hacia una promesa de mundo mejor. Mezcla todo en la coctelera y aléjate porque esto explota seguro.
¿QUÉ ES LA SOLIDARIDAD? ¿UNA LIMOSNA? SEAMOS SERIOS, POR FAVOR…
A la ciudadanía europea se nos pide solidaridad. Y también a quienes nos gobiernan. Es evidente, es de sentido común, es de ser humano. Mira que es necesario recordarlo, sobre todo ante tanto descerebrado que anda suelto y que sigue empecinado en lavar el cerebro al personal…
Para mí, hablar de solidaridad no puede ni debe confundirse con caridad. Además de esto, es preciso articular políticas estructurales en Europa y en cada uno de sus países miembros. Porque no se trata de ser un país únicamente caritativo, sino constructivo. Se trata de articular políticas sociales y económicas que favorezcan un crecimiento compartido y sostenido. Que animen a trabajar conjuntamente sin la tentación de defraudar. Se trata de buscar medidas ingeniosas para aprovechar el conocimiento, las capacidades de estas personas que llegan, jóvenes en su mayoría, muchos con envidiable preparación, y que pueden aportar mucho a nuestra decadente sociedad. Algunas personas al leer esto estarán tentadas de lanzar los habituales comentarios de “primero los de aquí, la juventud de aquí se tiene que marchar”… Tal vez si esas políticas se pusieran en marcha, muchas personas no se marcharían, y habría posibilidades para todas aquellas que quisieran trabajar.
Además, la solidaridad requiere ánimo de cooperar, de compartir, huyendo de eufemismos denostados y desgastados. Requiere dejar de mirarnos al ombligo, dejar de esquilmar al sur, dejar de vivir en paz a costa de la guerra y del sufrimiento de tantas y tantas personas… El mero hecho de nacer en un sitio o en otro no nos debería hacer mejores, ni sentirnos más seguros… Pero claro, esto es una utopía…
Sin duda, un berenjenal de complejidad considerable. Esperemos, por el bien de las generaciones venideras, que tenga una solución razonable, solidaria y sobre todo, constructiva.