La semana pasada escuchamos una interesante tertulia con el responsable de Egile Corporación y el Director General de IDOM, al hilo de los resultados de una encuesta donde se decía que la juventud vasca superaba a la media europea en lo que se refiere a estudios superiores, pero que mantenía también ese honor en una categoría de más dudosa honra, como es la tasa de paro juvenil.
Preguntados acerca de qué falta a la juventud para superar esta situación, se apuntaban dos aspectos: por un lado los idiomas, sempiterna losa que llevamos a nuestras espaldas sin que parece que sea fácil de lanzar de una vez por todas… y por otro lado, el espíritu de empresa. En concreto se referían al compromiso de las personas en las organizaciones y, más en concreto, en las empresas, a la necesidad de tener una visión global como parte activa en dicha organización, y pensar un poco más allá de derechos, horarios y sueldo.
Nada nuevo bajo el sol. ¿Se podría hacer algo en esa línea? Sí, sería lo deseable de hecho. Pero hay mucho trabajo por hacer. El modelo empresarial de este país se ha ganado a pulso la situación actual de desconfianza, es un lastre que llevamos a cuestas desde hace mucho tiempo, más allá de la actual coyuntura, no es algo aislado sino que por el contrario forma parte de la idiosincrasia socioeconómica de este país. Empresa y Personal empleado, permanentemente enfrentados.
Los tertulianos pedían flexibilidad. Y pensamos que esa idea está bien, pero que requiere una reflexión recíproca, ser capaz de mirarse en el espejo de todas esas empresas u otras organizaciones que funcionan en términos de confianza, de respeto, de buen hacer, de delegación de tareas. Ello sin duda favorece un espacio de participación, de compromiso, de intraemprendimiento en las organizaciones.
Al final, de lo que se trata es de la necesaria renovación profunda del modelo de gestión empresarial de nuestras empresas, hacerlas ligeras, eso que tanto se lleva ahora. Ganar en competitividad desde el compromiso y la participación de todas las personas.