No son pocas las tertulias y debates de café que se regocijan en el baile de las grandes palabras: república, ciudadanía, libertad, justicia… Gente de cualquier pelaje y condición se adentran en lo más básico de la política, suponiendo que saben lo que significa hacer política, y se atreven con todo, sin temor y sin vergüenza.
Tendríamos que preguntarnos, para hablar con propiedad, qué es todo esto de la política. Desde hace ya mucho tiempo mentar esta palabra suena a podrido y a corrupción sistemática, ha defraudado a la ciudadanía y, pese a que en los últimos meses han surgido movimientos políticos y sociales que buscan recuperar la confianza y estimular al compromiso y al paso al frente, lo cierto es que me da la sensación que son muchos los que se quieren subir al carro sin poner nada de su parte.
Se habla de política en todas partes. Y, ¿qué es la política? Podríamos decir que es tener aprecio por lo ajeno aprovechando una posición dominante. Y la verdad es que esta definición se la ha ganado a pulso con las corruptelas que inundan los informativos, que no hay “paisano” de bar que no entienda de juzgados casi al nivel de cualquier jurista de mediana solvencia.
Pero política es participar. Es comprometerse con nuestro entorno e implicarse por hacerlo mejor, por construirlo entre todos. Está muy bien hablar e intentar arreglar al mundo, todos lo hemos hecho alguna vez. Pero con eso poca cosa se hace, salvo arrimarse al árbol que mejor sombra da sin hacer mucho de provecho por la causa.
Así que, si queremos mejorar lo que tenemos, habrá que ciudadanizarse, habrá que salir de la zona de confort, levantarse del sofá, desempolvar nuestra capacidad crítica siendo capaces de opinar por lo que vemos en el día y día, y no por lo que nos invitan a decir desde diferentes medios, sean quienes sean.
Menos parafrasear. Ciudadanízate ya. Muévete.